Los No lugares y la arquitectura del espacio turístico

Post date: mayo 18, 2015 | Category: Décimo Cuarta Edición Octubre 2014

ARTÍCULO

Resumen

La serie de cambios tecnológicos, culturales y económicos que se han consolidado desde los años sesenta del siglo XX han puesto en crisis a la modernidad y a los espacios en que habitamos. Este ensayo reflexiona sobre ese hecho con un análisis teórico del tipo de arquitectura que corresponde a nuestro tiempo, ello basado en la tesis de los No lugares propuestos por Marc Augé en 1992. Posteriormente se desarrolla un análisis descriptivo de las características del diseño de interiores, de la arquitectura y del urbanismo dominantes en los espacios turísticos, proponiendo a estos como la quintaesencia de los No lugares. Esta discusión plantea elementos que los profesionales del espacio debemos de tomar en consideración para evitar un tipo de arquitectura alienante la cual tiende a dominar el espacio contemporáneo.

Palabras clave: Espacio, turismo, arquitectura, urbanismo

Introducción

Es ensayo explora los vínculos del turismo, de la modernidad y del espacio, es decir, analiza de forma crítica a los soportes materiales en los que se desarrollan las actividades turísticas. Para saber qué pasa con ellos y más precisamente con el tipo de arquitectura y de urbanismo que generan, partiremos de la tesis del antropólogo francés Marc Augé (1992) sobre la emergencia de nuevos tipos de espacios correspondientes a una era avanzada de modernidad. ¿Cuáles son esos nuevos espacios? Son los No lugares (del término francés Non-lieux), aquellos que no poseen una identidad, que no son relacionales, ni son históricos y que pertenecen a una antropología de la soledad y del anonimato. Ellos encuentran su arquetipo en los espacios de tránsito y de consumo: carreteras, cajeros automáticos, supermercados, estaciones, aeropuertos, automóviles, trenes, aviones, así como las grandes cadenas hoteleras. Los espacios producidos por la modernidad establecen un vínculo directo con el turismo (Augé, 1992:101-102). Lo anterior nos permite avanzar la idea que estructurará esta reflexión: los No lugares encuentran su expresión más completa en los espacios que estructuran la experiencia turística en las ciudades. Para desarrollar ese argumento proponemos el siguiente recorrido. En la primera parte retomaremos los puntos esenciales del trabajo de M. Augé que guiarán nuestra lectura de los espacios turísticos. En la segunda, confrontaremos la tesis de los No lugares con las prácticas y componentes de los espacios turísticos urbanos: monumentos, barrios históricos, museos, aeropuertos y hoteles. Nos detendremos en las características espaciales, usos, arquitectura y en la relación que el turista mantiene con esos espacios y con otros individuos. Y en la tercera parte, aterrizaremos la noción de los No lugares en uno de los componentes turísticos más emblemáticos, el diseño de museos.

 

I. Los No lugares, espacios de la modernidad

El término de No lugares fue empleado en primera instancia por Merlin Webber (1964) para describir los espacios inauténticos, repetitivos e impersonales de los suburbios norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX: zonas urbanas periféricas y disgregadas, autopistas, centros comerciales, parques de atracciones y estaciones de servicio. Luego, el antropólogo Marc Augé (1992) lo retomó hacia finales de siglo pasado y con él designó, a los espacios homogéneos no históricos, sin identidad e individualizantes de nuestra era moderna ¿Cómo llegó a esa conclusión? Comparándolos con aquellos más tradicionales, es decir, con los lugares antropológicos, los que poseen un valor histórico (personal), que permiten la socialización y muestran un valor de identidad.

Los No lugares emblemáticos de la modernidad (que Augé llama Sobremodernidad, en francés Surmodernité) constituyen según nuestro autor un mundo donde se nace en una clínica, y se muere en un hospital, donde se reproducen en modalidades lujosas o inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones temporales (las cadenas hoteleras, los squats, los complejos vacacionales, los campos de refugiados, las colonias populares condenadas a la continua descomposición), donde se desarrolla una gran cantidad de medios de transporte que son también espacios habitados y el uso frecuente de cajeros automáticos, tarjetas de crédito con el gesto del comercio “silencioso”, un mundo comprometido a las personalidades solitarias, al pasaje, a lo provisorio y a lo efímero (Augé,1992:100-101).

Así los No lugares designan dos realidades distintas pero complementarias, explica Augé. Primero, se construyen por espacios para ciertas actividades (transporte, tránsito, comercio, cultura y recreación). Segundo, ellos emergen de ciertas relaciones que las personas tienen con esos espacios. Relaciones que se ven condicionadas por la aceleración del flujo de individuos y productos, materializada en ocupaciones provisionales, puntos de afluencia, medios de transporte y todos esos espacios que refuerzan una personalidad solitaria.

Por otra parte, Marc Augé (1992) establece que los No lugares resultan de tres transformaciones del mundo contemporáneo:

-La primera concierne a nuestra percepción del tiempo, el uso que le damos, la manera en que disponemos de él (p.35). El tiempo se acelera y la responsable de tal aceleración, según el autor, es la abundancia de eventos o su banalización. Él describe cómo desde su llegada, en las últimas décadas, una serie de eventos se hicieron “históricos” (movimientos sociales, artísticos, generacionales, guerras, crisis económicas y desastres naturales); es decir, que su momento de “actualidad” se acortó sustancialmente y pronto se esfumaron para dar cabida a nuevos hechos, o como se dice comúnmente, pasaron a la historia. Esta multiplicación de eventos es parte de una nueva dinámica de la sociedad. Los individuos tenemos la impresión de que la vida pasa rápidamente y carecemos de tiempo para asimilar un evento mientras otro ya está sucediendo. Hemos entrado en un momento de sobreabundancia de información. Esta fluidez de tiempo se sostiene en los medios de comunicación que dan, en lo sucesivo, prioridad al movimiento, a la rapidez, a la multiplicación de imágenes y datos, y a la instantaneidad (p.p. 36-42).

–La segunda transformación del mundo contemporáneo tratada por Marc Augé es la multiplicación de espacios. Para el autor los medios de comunicación y de transporte resultan determinantes en ésta dinámica. “La abundancia espacial se refleja en los cambios de escala, en la multiplicación de referencias geográficas, así como imaginarias y en el crecimiento espectacular de las redes de los medios de transporte” (p.48). El autor explica cómo en la era actual los límites geográficos del individuo medio se han ensanchado de manera hasta hace poco insospechada. El avión, el tren de alta velocidad y el automóvil permiten recorrer cientos o miles de kilómetros atravesando un sinnúmero de espacios en segundos o minutos. Dicho proceso imprime en las personas el sentimiento de infinidad del espacio, un continuo frenesí en nuestra era moderna (p.p. 44-46).

–La tercera transformación del mundo contemporáneo es según M. Augé, el exceso de la individualización de referencias sociales. “Es la figura del ego, del individuo que reaparece…” (p.50). Augé encuentra sus pruebas empíricas en la naturaleza de los últimos estudios antropológicos y sociológicos que toman al individuo como un mundo. Actualmente, explica el autor, estamos obligados a interpretar la lluvia de información por nosotros mismos. Nuestros referentes se individualizan cada vez más. Esa individualización se determina por la profusión de dispositivos con los que son regidos los flujos y la información en los espacios contemporáneos. Ellos son según nuestro antropólogo, los impulsores de un comportamiento alienante, cada vez más aislado de la interacción directa con otros individuos.

Antes mencionamos que Augé había construido la noción del No lugar a partir de su antítesis, es decir de “los lugares antropológicos”, aquellos que son identitarios, relacionales e históricos. Visitemos esas características y contrastémoslas las tendencias de los espacios actuales:

-El lugar antropológico es identitario porque es distintivo desde el nacimiento, él constituye parte de lo que define al individuo (p.69). En las sociedades tradicionales y “modernas”, comúnmente hacemos referencia al “lugar de nacimiento” para dar una identidad a la persona. Nacer es nacer en un lugar. Donde hay un elemento de paisaje, un país, una región, una ciudad o un pueblo, es decir, “lugares” localizados geográficamente que forman la identidad individual. En el caso en las culturas tradicionales, los apellidos se asocian al pueblo donde los individuos o sus antepasados nacieron, ¿y qué pasa actualmente? En las sociedades modernas más avanzadas el nacimiento y el crecimiento de los individuos se da cada vez más en lugares impersonales: Se nace en un hospital y se muere en una clínica, precisa Augé (1992:101). Durante su vida el individuo pasará la mayor parte de su tiempo en ocupaciones provisionales. Es el caso de los transportes y espacios de consumo. El automóvil, el aeropuerto o el supermercado para los más afortunados; los campos de refugiados o las zonas marginales para los menos. En esas circunstancias la función de lugar como elemento constitutivo de la identidad entra en crisis.

-El lugar antropológico es relacional ya que define un orden según el cual, los elementos son distribuidos de acuerdo con una coexistencia, donde cada uno tiene su propio sitio, el lugar es una “configuración instantánea de posiciones”, explica Michel de Certeau (citado por Augé, 1992: 70). Es decir, que el individuo encuentra su lugar en un conjunto compartido de diversos elementos: otros individuos, grupos sociales, lugares y objetos. Este aspecto se relaciona con el papel que él juega en su comunidad de origen: se muestra como miembro de cierta familia o como parte de una clase social. Esto se vincula de igual manera, con el espacio que el individuo practica y se apropia durante su vida; por ejemplo, situará su casa en un barrio particular, relacionado con su escuela, con su iglesia, sus parques, mercados o los caminos que frecuenta. De esta manera, para que un lugar sea relacional, el individuo debe haber nacido y crecido ahí, de forma que comprenda los códigos sociales que lo rigen y claro está, su orden espacial. Lo anterior habla de estabilidad y permanencia en el hábitat, cualidades que como lo hemos comentado tienden a desaparecer con la modernidad. Recordemos las migraciones de millones de personas o la multiplicación de los lugares de residencia a lo largo de la vida, realidades de las que da cuenta Paul Virilio (2009) para definir una Terre Nomade.

-El lugar antropológico es histórico. No en el sentido de la Historia como ciencia, sino en el aspecto personal, aquel de la historia de vida. Esta cualidad es corolario de las dos anteriores, de la permanencia, de la estabilidad y de la apropiación identitaria del lugar antropológico. En otros términos, en el lugar antropológico se pueden reconocer eventos de vida y referencias, decisivos para nuestra personalidad. Un espacio, un ritual, un objeto u otros individuos pueden provocar recuerdos de una historia personal (Augé, 1992: 71). ¿Qué observamos en el No lugar con respecto a la historia individual? Que el establecimiento de referentes personales se dificulta. Como se citó en su definición, en el espacio contemporáneo dominante el constante movimiento evita la permanencia de eventos significativos en la vida de los individuos y dificulta las relaciones sociales y personales estables y de  largo plazo.

Sintetizando, en contraposición con los lugares antropológicos, los No lugares están regidos por una temporalidad de la urgencia e instantaneidad; por la multiplicación de eventos; por una pérdida de sentido de historia; y por una movilidad exacerbada que condiciona las conexiones superficiales entre los individuos y los espacios recorridos. Se traducen entonces en una alienación, ahí, el individuo es solitario, no interactúa directamente con otros individuos sino con una serie de dispositivos tecnológicos que condicionan la exaltación de la figura del ego.

 

II. Los No lugares y el espacio turístico.

Desde nuestra posición los No lugares encuentran su mayor expresión en los espacios del turismo. Ya en el trabajo de Marc Augé ese espacio sirve de ilustración empírica de su tesis:

Por lo tanto, los no lugares son la medida de la época; medida cuantificable que se puede tomar sumando, con algunas conversiones entre superficie, volumen y distancia; las vías aéreas, ferroviarias, carreteras y las cabinas móviles llamados generalmente “medios de transporte” (aviones, trenes, autobuses) los aeropuertos, las estaciones de trenes, las aeroespaciales, las grandes cadenas hoteleras, los parques de diversiones y las grandes superficies de distribución comercial, en fin, todas las redes con o sin cables que movilizan el espacio extra-terrestre con fines de comunicación tan extraña que a menudo pone al individuo en contacto con otra imagen de sí mismo. [1]

Con base en los argumentos del apartado anterior, podemos establecer que el espacio turístico es un No lugar por excelencia ya que no constituye parte esencial de la identidad del que lo transita, el turista. Hemos dicho que para que un lugar sea distintivo el individuo debe trabajar ahí, habitarlo, defenderlo y construirlo con símbolos y fronteras. El hecho de nacer, crecer y vivir en él, dan todo el sentido de identidad al lugar. En el seno de los espacios turísticos todo pertenece a otro, al autóctono, a nadie o al anónimo aparato comercial. El turista se desplaza ahí solo para contemplar, para jugar un papel de observador extranjero, observado y a veces indiferente de algunos lugares, objetos, sociedades y costumbres.

De igual manera en el sentido relacional, el espacio turístico muestra el mejor ejemplo del No lugar porque en él, el turista no crea ninguna relación trascendental. Tal como se dijo, un lugar se vuelve relacional a partir de que cada unidad ocupa un sitio propio y establece conexiones permanentes de coexistencia con el conjunto de elementos que lo rodean. Por el contrario en el espacio turístico, se rechazan las relaciones que son profundas. Los tours organizados, el avión, el autobús, el hotel y los museos que constituyen sus espacios privilegiados, evitan en la medida de lo posible toda conexión directa con los autóctonos. El trayecto del turista se estructura a través de una serie de dispositivos gráficos y tecnológicos que evitan en la medida de lo posible el contacto directo con un interlocutor [2]. Su trayecto es individual e individualiza, se enfrenta a una especie de soledad en espacios saturados de gente que transitan y consumen como él.

En fin, el espacio turístico es un No lugar ya que en él, el individuo, es decir el turista, excluye la dimensión antropológica de la historia. Aquí no se habla de los monumentos o el patrimonio urbano arquitectónico, componente esencial de las prácticas turísticas. De lo que sí se habla es de la historia individual, la historia de vida del turista. El visitante es un extranjero, un usuario temporal y un contemplador de atracciones. Con frecuencia, y no se le culpa, desconoce el orden social, cultural y urbano del lugar que visita. La relación con los objetos, con las personas y con los espacios turísticos le resulta superficial y efímera. El turista tiene prisa y no dispone del tiempo para establecer relaciones o para identificarse con el espacio visitado.

Ahora bien, aunque en el envolvente turístico es donde mejor se lleva a cabo la desaparición del lugar antropológico y la imposición del No lugar, es importante señalar que el grado de dicha supresión dependerá del perfil del turista en cuestión y de las modalidades y actividades de su estadía. Estos pueden ir del viaje tour organizado todo incluido, hasta un viaje individual de negocios, pasando por viajes recreativos o culturales familiares. Las personas que viajan largas distancias y en su medida de “extranjeros” de la cultura visitada, experimentan una mayor permanencia en el No lugar. En París, la ciudad más visitada del mundo encontramos un ejemplo revelador en las prácticas de turistas chinos, japoneses o indios. Para estos visitantes la relación con la ciudad suele ser superficial al grado de cliché. La verán a través de ventanillas, pantallas, autobuses, trenes, aviones, hoteles, cámaras fotográficas, de video o computadoras. Audios traducidos guiarán sus recorridos. Se quedarán siempre entre sus semejantes, en grupo. Posiblemente nunca interactuaran con un parisino autóctono de manera espontánea. Como turistas, sabemos y no parece molestarnos, el logro de nuestra experiencia no dependa en lo más mínimo del acercamiento o la interacción con el lugar, pero sí de la contemplación, el consumo material y visual de las atracciones.

Otros factores a considerar dentro del espacio turístico que favorecen el florecimiento de los No lugares son: su temporalidad (urgencia), sus usos primordiales (circulación y consumo), su arquitectura y el tratamiento de sus atracciones (simulación).

La temporalidad de la urgencia, es decir la hegemonía de la velocidad, la fluidez y la inestabilidad, son privilegio del espacio turístico. En los circuitos organizados todo está planeado y preestablecido minuto a minuto. “París en un día”, “Barrio de Montmartre en medio día”, “Quince minutos para tomarse fotos en la Torre Eiffel”, “Dos horas para ir de compras”, son slogans que expresan la rigidez de los programas de visita a una ciudad. Los guías turísticos controlan estrictamente el cumplimiento del programa. Existen recorridos propuestos para visitar una ciudad como París ¡en tan sólo medio día! [3] ¿Cómo? Cars de Paris o Paris Trip establecen cuatro paradas de 15 minutos para tomar fotos en los lugares más “representativos”: la Catedral de Nuestra Señora de París, los Campos Elíseos, la Torre Eiffel, el museo de Louvre y el barrio de la Opera Garnier, en donde se termina el recorrido para que los turistas dispongan de dos horas para pasar a las grandes tiendas departamentales (Galerías Laffayette o Printemps).

En cuanto al consumo, el espacio turístico se vale de referencias culturales también genéricas como las de cadenas internacionales de hotelería tipo SAS, Accord o Hilton; y de otras marcas globales como Adidas, Nike, Zara, Benetton, Body Shop, Coca-Cola, Virgin, McDonald’s, Strabucks, Disneyland, CNN, entre otras. Los turistas están seguros de encontrar la comida internacional (norteamericana, italiana, francesa o china), los espectáculos (ópera, cine, instalaciones artísticas) y todos los medios técnicos de comunicación (Internet, teléfono celular, televisión), no importa a qué ciudad del mundo se dirijan.

Para facilitar la fluidez, la aceleración del tiempo y la rapidez, el espacio turístico necesita de una arquitectura homogenizada y sin bordes. Los turistas transitan por espacios genéricos y fácilmente comprensibles para la circulación y el consumo: centros comerciales, lugares de comida rápida, escaleras automáticas, ascensores, bandas rodantes, plataformas, salas de espera, aeropuertos, estaciones de servicio, autopistas, centrales de autobuses, estaciones y trenes. El espacio turístico organiza sus territorios en un sistema de hubs et spokes (túneles y nodos) que refuerzan su efecto capsular, continuo y desterritorializado. Los dispositivos físicos y las formas arquitectónicas rechazan lo local y su historia (terminales aéreas, hoteles, museos, carreteras y parques temáticos). La arquitectura del turismo no toma en cuenta los materiales regionales, sus sistemas constructivos no están adaptados a las condiciones climáticas o topográficas, y sus formas y colores escapan a toda identidad específica. Una arquitectura sin fronteras, desprendida del suelo que exhibe volúmenes “puros” en acero, vidrio y concreto (minimalistas e internacionales). La arquitectura diseñada como tal no puede localizarse, no dice nada sobre ella misma, de dónde es o de dónde viene; su identidad, sus raíces y su historia importan poco. Inspirado en gran medida por una arquitectura modernista y de un estilo internacional, el espacio turístico descansa normalmente sobre pilares, dejando el suelo libre para todos los flujos. Se trata de un desprendimiento real y simbólico del lugar.

Imagen 1: Arquitectura del espacio turístico como No lugar.

 

Foto: David Navarrete (2012)

Con relación al tratamiento de las atracciones, es su manipulación para fines de consumo turístico, uno de los factores que potencializa la generación de No lugares. Es el caso de los componentes patrimoniales, edificios, museos, objetos de arte, costumbres y tradiciones que constituyen los principales sigths del turismo. Estos elementos históricos, en el sentido científico, son deshumanizados y manipulados (por empresas e instituciones culturales) de forma que pueden ser seguros, limpios y agradables a la vista del turista. Cada objeto es desplazado para situarlo bajo una vitrina; se aseptizan para que parezcan “nuevos”; se apartan de su lugar de origen y se sitúan en nuevos contextos; se rodean de una armadura tecnológica y sofisticada: luces, sonidos, videos, instalaciones artísticas, y se integran a una escenografía fácil de entender para los visitantes. En general los objetos históricos exhiben una realidad exaltada para fines de estimulación estética. El objeto así dispuesto favorece el divorcio con lo local y lo genuino imponiendo la superficialidad con su ambiente. Los modernos museos lo ilustran. Pero también las guías editadas impresas o digitales y los circuitos urbanos. En el espacio turístico la realidad (un objeto en particular, una representación histórica, una fiesta “tradicional” o una atracción patrimonial, por ejemplo) se confunde con la fantasía para ser simbolizada por el espectáculo (el ambiente de la atracción y la escenografía) y vendida como parte de la identidad local.

 

III El museo: paradigma de los No lugares

Las consideraciones precedentes serán cotejadas en una de las atracciones principales del espacio turístico: el museo. Para nosotros, uno de los componentes que mejor sintetizan la noción de los No lugares. Mencionaremos dos condiciones de nuestra modernidad que lo han refundado para convertirlo en uno de sus paradigmas espaciales. A partir de los años setenta del siglo XX estas instituciones buscaron responder al aumento de la demanda en las prácticas culturales y al surgimiento de una industria cultural y turística. Bajo esas fuerzas los museos pasaron de ser templos de arte a supermercados de la cultura según la fórmula de Françoise Choay (2006a). El museo se convirtió entonces en un espacio turístico particularmente sensible a la expansión y a la multiplicación de los No lugares.

Reconocemos que en ciertos casos (cada vez más raros) ellos funcionan aún como lugares a pesar de su vocación turística internacional. Pueden constituirse como espacios de encuentro social, para educarse y para acercarse al arte, o como lugar de trabajo y de identidad para una población local. Pero también observamos que la mayoría de los museos y sobre todo los de reciente creación o remodelación se transforman predominantemente en No lugares, espacios dedicados prioritariamente al espectáculo del consumo cultural-patrimonial y sumergidos en la afluencia del turismo masivo. Para ilustrar esas polaridades describiremos los usos del Centro Georges Pompidou y del museo del Quai Branly, ambos en París.

El primero reúne una mezcla de funciones (museo, biblioteca y centro de creación musical) que permite responder a la demanda local de encuentros, capacitaciones, educación y arte. Dos componentes del Centro Pompidou le aseguran ser un lugar para los parisinos: el primero es su atrio de dimensiones urbanas que crea un verdadero espacio abierto al público. Este lugar se articula de forma fluida al vestíbulo interior del edificio donde algunas obras de arte son expuestas de forma gratuita, es el primer contacto entre los visitantes y las colecciones expuestas. El segundo elemento es la BPI (Biblioteca Pública de Información), situada en el segundo y tercer piso del edificio, dispone de un acceso directo e independiente desde la calle de Beaubourg, sus salas son muy frecuentadas y reciben un público local muy variado: estudiantes, artistas, investigadores, desempleados, obreros e indigentes.

En contraposición, el Museo del Quai de Branly manifiesta una mayor presencia de No lugares. Convertirse en punto de reunión para la población local no es la prioridad de ese museo. El Quai Branly está pensado como un equipamiento de investigación con una vocación internacional (EPQB, 2008). Así se explica su implantación cerca de la Torre Eiffel, visitada por aproximadamente 7 000 000 de turistas cada año y su localización en el centro de la red museos de París que incluye al de Louvre, de Orsay, de Arte Moderno de la Ciudad de París, al Palacio de Tokio, al Petit Palais, al museo de Jeu Paume, al de la Armada (Hôtel des Invalides), al museo de Rodin, entre otros. Luego su configuración espacial no crea ciudad. La fachada que sirve como acceso al museo está separada de las calles mediante una imponente reja (calle de L’université) y por elevada una barrera de vidrio a manera de fachada (Quai Branly); la cafetería, la librería y el restaurant invitan a consumir o a circular. Finalmente, su mediateca, que habría jugado un papel importante para la inserción del museo en la vida del barrio, se convirtió en un espacio reservado a las funciones de investigación y formación de élites intelectuales (Choay 2006b). Su emplazamiento en el último piso y su acceso con un itinerario complejo de pasillos y ascensores, refuerzan esa indiferencia al lugar y a la vida local. En este nuevo espacio turístico, la museografía depende totalmente de los dispositivos escenográficos y tecnológicos: proyección, video, audio, luz y pantallas de plasma. Estos artefactos moderan la relación que el visitante mantiene las colecciones que son ahí expuestas, lo que desvirtúa la simple contemplación y el valor cultural que los objetos de antiguas culturas no occidentales tienen por sí mismos. En el museo de Quai Branly, como explica F. Choay (2006b), los objetos se sitúan en un segundo plano, detrás de una instalación artística que no tiene nada que ver con el arte primitivo. En un ambiente donde las pantallas, cabinas de video, audio y las reconstrucciones de cavernas (arquitectura de cartón) se imponen sobre los objetos simples, como un cuchillo, instrumentos líticos, vasijas y otros de la vida cotidiana pertenecientes a culturas ancestrales. A partir del museo del Quai de Branly podemos mencionar una serie de características que hacen a los museos favorables a la profusión de los No lugares:

-En los museos, las guías de recorrido son electrónicas y cada vez más sofisticadas, reflejando como las nuevas tecnologías regulan la relación entre el visitante y los objetos exhibidos. Las guías son interactivas y retienen toda la atención del turista por medio de los videos y de las pantallas táctiles. En París, buenos ejemplos de estos sistemas se encuentra en el museo de Louvre y el Museo de la Cité de l’Architecture et du Patrimoine. Este último propone una guía multimedia en una computadora de bolsillo para una navegación innovadora que “ilustra” las obras y los resitúa en su contexto “original”.

-En los museos observamos el dominio de dos de las actividades que definen a los No lugares: el consumo y la circulación. Estas instituciones se convierten en escaparates y están más preocupadas por su desempeño en términos de ventas y atracción de visitantes-consumidores (la mayoría turistas) que por cumplir con sus funciones primarias de lugar de reunión, pedagogía, investigación, conservación y difusión cultural. “En Estados Unidos, el crecimiento de espacios comerciales en los museos ha aumentado cerca del 30% desde 1992, mientras que los espacios para exposición progresaron tan sólo un 3%” (Bélanger, 2001). En París esta tendencia está ilustrada por los recientes trabajos de restructuración de instituciones de gran prestigio, como el museo de Louvre donde se construyó un centro comercial subterráneo que incluye tiendas, librerías, galerías, cafeterías y un patio de restaurantes con comida de todo el mundo. Las marcas mundiales tipo Apple, Starbucks, Espirit o Virgin son dominantes. Las zonas de consumo se imponen como una etapa indispensable en la trayectoria de los museos, complementan el ritual cultural. El visitante es invitado constantemente a comprar recuerdos, reproducciones, libros y postales de las colecciones que se exponen. Esta nueva composición espacial hace que en los museos el comportamiento dominante sea el consumista.

-La aceleración del movimiento se convierte, de igual manera, en otra característica de los museos. Los recorridos de las exposiciones son cada vez más cortos y superficiales coincidiendo con la temporalidad del turista. En el caso del Museo de Louvre, en París, constatamos que solamente tres obras maestras de la colección atraen a la mayoría de los visitantes: La Mona Lisa, La Venus de Milo y La Victoria de Samotracia. En el caso de una primera visita, particularmente para los turistas extranjeros, se detienen tan sólo unos minutos frente esas tres piezas de arte, presionados por la constante afluencia. Aunque la contemplación pierda su virtud, lo importante es tomarse la foto frente a ella y colectar las pruebas de haber estado ahí. Luego la cuestión primordial es precipitarse a las boutiques y adquirir sus postales y otros suvenires.

-Los museos se adhieren también a una arquitectura del tipo de los No lugares, espacios genéricos, globalizados y desterritorializados. La arquitectura juega un papel muy importante en su funcionamiento como espacios de consumo. Para que puedan ser rentables, estos son creados y construidos como “grandes gestos arquitectónicos” muy mediatizados y firmados por arquitectos de renombre internacional como Frank Ghery, Richard Rogers, Jean Nouvel y Zaha Hadid. Si el diseño arquitectónico de los museos es vanguardista, audaz y sofisticado, sus posibilidades de atraer multitudes de visitantes e inversiones se incrementan, pensemos aquí en el Guggenheim de Bilbao o en el Centro Pompidou de Metz. No importan las colecciones ni los objetos que se exponen, el contenido puede desvanecerse en beneficio de lo que le contiene. El edificio por sí mismo se vuelve objeto de culto indispensable para las estrategias de mercadotecnia turística urbana. Por último, también los museos se integran a la geografía de hubs and spokes de los No lugares. Ellos se acercan a los centros de Tecnologías de la Informática y de la Comunicación (TIC), sus implantaciones se hacen según la lógica de polaridades territoriales en las capitales culturales o económicas mundiales como París, Nueva York, Londres, Dubái o Los Ángeles. Es también el caso de “sucursales” de los museos globalizados como el Louvre (París, Dubái, Lens), Guggenheim (Nueva York, Bilbao, Venecia y Abu Dabi) o el Centro Pompidou (París, Metz y Shanghái).

Imagen 2. Aspectos tecnológicos y de consumo en museos.

 

Foto: David Navarrete 2012

 

Conclusión

En este análisis hemos identificado los paradigmas sociales y culturales que impregnan los espacios de consumo y circulación del turismo. Igualmente hemos señalado la prominencia de los dispositivos tecnológicos en las relaciones que establecen los individuos con el espacio y con otras personas. Dicho conocimiento es de suma utilidad al momento de proyectar y construir nuestros espacios. Él puede ser usado para distintos fines, si queremos que un espacio turístico tenga éxito se tiene que mediatizar, digitalizar, espectacularizar y simular, según las preferencias del individuo moderno. Pero esos mismos aspectos tendrán que tomarse con precaución si la vocación del espacio que se va a intervenir es otra. Tendremos que velar por los lugares favoreciendo con nuestros proyectos la apropiación y la estabilidad que contenga la alienación tendencial de los No lugares. El siguiente paso entonces sería reflexionar en cómo lograrlo, y a eso quiere invitar este artículo a sus lectores.

 

Índice de citas

[1] Augé Marc (1992), « Non-lieux » : Introduction à une anthropologie de la surmodernité, Paris, éditions du Seuil. pp. 101-102.

[2] Los espacios turísticos están equipados con carteles informativos, pantallas, letreros, “inserte su tarjeta”, “elija su idioma”, “no fume” y “abordando en este momento”…De este modo, la mayoría de las interacciones del turista pasan por cajeros automáticos, expendios de boletos o de bebidas y comidas, por altoparlantes, por controles de identidad y de seguridad. Dispositivos en los que no se puede observar al interlocutor o el interlocutor es una máquina. Es lo que evoca Marc Augé en el prólogo de los No lugares con Pierre Dupont, un individuo que recorre miles de kilómetros sin ninguna interacción social. Escucha a un vendedor de boletos, sigue las consignas de los carteles en las carreteras, pasa por un control de identidad frente las ventanillas de Air France, recorre los Duty Free, toma el avión, sobrevuela territorios, sumergido siempre en un espacio capsular.

[3] En el caso de grupos de turistas que llegan a París en autobús, su estadía comprende sistemáticamente medio día de visita antes de continuar su trayecto hacia otro destino, como Versalles o los castillo de la región de la Loire, el autobús circula durante 2 ó 3 horas y marca las paradas de entre 10 y 15 minutos para tomar fotos y comprar recuerdos (Souvenirs). Aproximadamente un tercio de turistas, unos 12 000 000 participan en ese tipo de excursiones en la capital francesa.

 

Bibliografía.

Augé Marc (1992), « Non-lieux » : Introduction à une anthropologie de la surmodernité, Paris, éditions du Seuil.

Bélanger, François (2001), « Le musée, un nouveau moteur pour les villes ? », Marketing Magazine, no 58, [http://tinyurl.com/6mc8eg], consultado el 14/02/2010.

Choay, Françoise (2006a), Pour une anthropologie de l’espace, Paris, Seuil.

Choay, Françoise (2006b), « Branly : un nouveau Luna Park était-il nécessaire ? », Urbanisme, no 350, p. 4-9.

EPQB (Établissement public du musée du quai Branly) (2008a), Site officiel, Chiffres de fréquentation, [http://www.quaibranly.fr/fr/musee/publics/vous-et-nous/index.html], consultado 10/03/ 2008.

Virilio, Paul et Depardon, Raymond (2009), Terre Natale, ailleurs comme ici, Exposición de la Fundación Cartier de Arte Contemporáneo de 21/09/2008/-15/03/2009, París.

 

* Dr. David Navarrete Escobedo. Profesor del Departamento de Arquitectura de la Universidad de Guanajuato y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Igualmente es miembro del Cuerpo Académico Dinámicas Territoriales donde cultiva la línea de investigación: turismo, cultura y territorio.